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A la manera de Arcimboldo
Coleccion Baralube.
Texte original en espagnol (Cuba),
non traduit.
Dessin de Ramón Alejandro.
Extrait
Fuga del tokonoma
El hombre viejo araña la cal de un muro aún más viejo.
La cal se rompe con un débil chasquido polvoriento.
El hombre viejo sigue arañando como si nadara, se vuelve en el reverso de sus uñas un pez de oro sonámbulo, se fuga en los espejos de la pleamar.
Los labios (¿del pez, del viejo?) murmuran una frase mordida, «El tokonoma».
El espejo del muro le devuelve otro rostro en las espumas de la cal que se deshace.
El pez navega soñando, majestuoso, una galera con las velas de púrpura.
Las uñas van ahondando.
La reina va tendida entre la concha de las púrpuras, que olvidan sus reflejos en la carne bruñida de un joven faunecillo.
El pez ondula el oro absorto de su fuga.
Las uñas van ahondando, deshaciendo la cal del muro.
El faunecillo sostiene en las dos manos un espejo de bronce.
Las uñas van ahondando.
La reina ríe, entreabre los muslos, largas cintas de seda que se enroscan.
Las uñas en la cal.
La seda de los muslos se entreabre sobre el bronce bruñido.
Penetra el pececillo las espumas purpúreas.
Las uñas acarician el bruñido del fauno, espejo absorto, cal en fuga, oro que se deshace.
Los labios (unos labios) murmuran una frase mordida, «El tokonoma».
A los pies del hombre viejo, arañando la cal de un muro aún más viejo, cae un espejo de bronce con un débil chasquido polvoriento.
En su reverso un pez, una galera, un faunecillo de oro en fuga.
a Víctor Fowler,
a Stephen Hawking
Alguien llamó a la noche un monstruo hecho de ojos,
Fulgores que resisten a la oscura masa extendiéndose como la tinta,
Ojos de un infinito calamar abriéndose y huyendo.
Qué terrible saber que el día es ilusorio,
Un espejismo al fondo de una concha,
Que la noche es más noche que la noche,
Más noche que la noche que habitamos al abrigo del nácar
delgadísimo,
De la gasa que nos salva del fuego negro,
El fuego negro de la noche y el fuego frío de la noche y la fría negrura de la noche,
Monstruo nonato que se agita en vano
En las entrañas hondas, insondables, de otro monstruo enemigo,
Rascando la pared como se rasca el horizonte con un remo sonámbulo.
La llama, la serpiente, el escorpión,
La noche devorada nos devora y nos lanza
Al huracán inmóvil de lágrimas de fuego.
En la rueda quemada que se hunde con un aullido
Al fondo no tocado de su misma entraña,
Los brazos se me rompen en la cruz.
Las mareas de la noche me sacuden, me rasgan,
La noche que me hunde y que se hunde en las espumas de un
torbellino oscuro,
El torbellino de espumas negras que arde en la entraña última de la noche,
Un orgasmo concéntrico donde todo se pierde,
Donde todo se salva.
Explotando hacia afuera,
Explotando hacia adentro,
Arañando la carne de la noche
Como hombre o pez que emerge del agua profunda o se sumerge.
Hacia afuera, hacia adentro, quién conoce la brújula nocturna,
La rosa de los vientos de la noche,
La cruz de sus caminos a la que estoy clavado en medio de la rueda,
La rueda que se quema y que me quema, pero que no se quema,
Arde sin consumirse, arde sin consumirme.